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Zarraluki

Page history last edited by PBworks 17 years, 6 months ago

La historia del silencio

Anagrama, 1994

 

¿Por qué ponían un pianista en los cines cuando las películas eran mudas? ¿Es soportable el silencio? ¿Existe realmente, o es sólo una acumulación de ruidos lejanos? ¿Qué resulta más irritante para nuestros nervios: el ruido o su carencia? En otro orden de cosas, ¿quiénes se han visto obligados alguna vez a guardar silencio? ¿Quiénes lo han hecho por interés, por incapacidad o depravación? ¿Quiénes han salvado a otros por omisión, quiénes los han condenado? ¿Se puede pasar toda una vida esperando respuesta a una pregunta? ¿Existe realmente el gran silencio, el silencio de Dios, o es sólo una metáfora de la ignorancia? ¿Puede ser hondo y profundo el silencio, como un pozo? ¿Se está cómodo en el interior de un pozo? ¿Por qué no se dice de los grandes silencios que son abiertos, como el espacio vacío y calmo del universo? ¿Puede el silencio ser riguroso sin resultar por ello artificial? ¿Has estado alguna vez en un velatorio? ¿No resulta que el único que se comporta con naturalidad es el muerto, y todo por culpa del dichoso silencio? Por otro lado, ¿se puede considerar el tipo de silencio más insoportable no recibir noticias de alguien muy querido durante veinte años, por poner un coto a nuestra dolorosa pero limitada capacidad de espera? ¿Por qué se dice romper el silencio y no liberar el silencio, o acallarlo, que sería muy poético y nos remitiría al zumbido en los oídos, que tan molesto resulta? ¿Por qué se dice de alguien que es muy silencioso como si anduviera por el mundo de puntillas, cuando en realidad resulta que habla poco? ¿Es hablar la forma más premeditada de romper el silencio? ¿Por qué resulta incómodo en una cena de amigos y no en el pico de una montaña? ¿Qué sucederá en las escasas cenas de amigos en picos de montañas? ¿Por qué guardar silencio puede ser lo más noble y lo más infame, si lo que se guarda es lo mismo? ¿Por qué no dices algo? Me estás dejando hablar sola. ¿Es el silencio, quizá, una traición al movimiento, y por lo tanto un anuncio fugaz del fin de todas las cosas?

Pero en la cabeza me bullían las ideas. Irene y yo nos miramos a los ojos, entregados ambos a esa actividad arrolladora, estrictamente silenciosa, que es el pensamiento. Tuve la extraña impresión de que todo a nuestro alrededor se detenía, en esa latencia inquieta que anuncia las tormentas más formidables

Irene y yo llevábamos juntos cinco años, el tiempo necesario para no poder concebirse el uno sin el otro, pero no el suficiente para empezar a recordar que hay otras opciones casi olvidadas de las que nos vamos alejando de una forma irremediable

*Fitzgerald: Crack Up

Fitzgerald padecía insomnio, y el insomnio era algo parecido a aquella sensación de soledad sin retorno

Se limitó a defender su intimidad con una sonrisa maliciosa que yo conocía bien y que me daba verdadero pánico, pues era su forma de indicarme que no iba a bastar un solo biógrafo para escribir su vida

Silvia se colgaba de mi brazo cuando no sabía qué hacer o si teníamos que entrar juntos en un lugar muy concurrido. Y yo, de forma indefectible, notaba que la sangre se me agolpaba en el lado que estaba en contacto con ella. Se podría decir que de alguna forma me trasladaba a vivir a ese lado, dejando deshabitado la otra mitad de mi cuerpo

Su criterio, a pesar de ser tan desordenado y quizá a causa de ello, tenía la implacable determinación del chasquido de una guillotina. Nunca he conocido a nadie que se dejara llevar menos por voluntades ajenas

Olga sabía estar con gran intensidad, pero también sabía desaparecer de la forma más liviana

En aquel instante era un hombre generoso – dolido pero lleno de comprensión - capaz de impartir una clase magistral sobre las razones por las que las mujeres tienen un carácter voluble y dubitativo. Pensé que una sabiduría tan lapidaria se parecía demasiado a una pérdida alarmante de sutileza

A Olga – que tenía un gran apartamento en la Diagonal que habría hecho las delicias de lor Byron, tan dispuesto como ella a desplomarse entre cosas exquisitas y un poco irregulares -

Sólo desaparecen los temores que se comparten

Los secretos más difíciles de penetrar son los que se revisten de una obviedad cotidiana

La proximidad que causa el amor podía llevarnos a esconder cómo éramos en realidad, a omitir miedos rastreros y turbios deseos que podían resultar incompatibles con la convivencia. Callábamos para seguir siendo afines, y más obligado y profundo se hacía el silencio cuanto más grande era el amor y más intensa la relación. La cercanía extrema nos llevaba a reprocharnos los más pequeños secretos, a sentirnos siempre traidores. Y aquello podía arrastrarnos a serlo de verdad, a disfrutar encubriendo todas y cada una de nuestras infidelidades menores, las que se habían cumplido y las que nunca llegaríamos a realizar. Quizá Irene y yo nos escondíamos más cosas a medida que pasaba el tiempo, como quien tira lastre para poder mantenerse en el aire. Quizá era imposible permanecer juntos sin esa creciente ocultación. Las parejas que llegan a conocerse demasiado acaban despreciándose

Si el mundo tenía aristas, Silvia las tenía más cortantes y desde luego más bellas. Había sido educada muy a la inglesa, en el sentido en que los ingleses nunca ven una piedra si lo que desean es ver un confortable sillón

La desventaja de ser siempre taciturno es que no se te nota cuando lo estás realmente

Estuve a punto de ponerme a llorar. No sé si lo entiendes. Había cosas que ya no podía hacer.

-Yo he tenido siempre esa sensación –le contesté, atreviéndome por fin a pinchar un trozo de jabalí-. Estoy seguro de que nada más nacer fui consciente de que no iba a poder repetirlo

Estropeaba todo aquello por su decidida entrega al papel de anfitrión. Una cosa es controlar que los invitados estén cómodos y dispongan de suficientes sillas, otra muy distinta hacer que se sientan como esa ancianita que en las fiestas familiares provoca verdaderos revuelos de cortesía

Poco después cuchicheaba con Rosario en la cocina. Ya se había recuperado –me asombraba, también, su asombrosa capacidad para recuperarse, pues si yo algún día me desplomara como ella creo que tendrían que hospitalizarme-

Sin quererlo, nos habíamos convertido en una pequeña hermandad viciada por los miserables secretos, las mínimas traiciones y esa pasividad frente al tedio compartido que hacen que uno se sienta inmensamente próximo a los otros. En ese contexto es fácil asumir las culpas de forma colectiva y, lo que es peor, alimentar con ellas los vínculos de esa hermandad impostora

Silvia era incapaz de fingir, y lo que más le gustaba en este mundo era estar incómoda. Uno no se mueve de una forma tan complicada si su carácter se parece en lo más mínimo al mío (indolente, perezoso)

Sobrevivir es una actividad soterrada, avara y silenciosa

Si para mí los amigos resultaban una agradable fuente de molestias, para Irene eran por encima de todo gente que estaba en peligro y a la que –de una forma tan compleja que escapaba a mi entendimiento- ella debía proteger

Qué duda cabe que Olga era una buena maestra de vividores. En menos de un mes los convirtió en unos pequeños dandis. Identificaban sin problemas un cuadro de Kandinsky, sabían lo que quería decir en papillotte, y si veían a un florista ojeroso decían entre risas que abusaba del sexo. Nos enviaron una foto abrazados a un tipo con pipa que se parecía mucho a Sartre. Era un pintor amigo de François. Los había llevado a ver una momia de verdad y no se cansaba de repetir que su madre era bellísima. Cuando se iba con ella les pedía permiso para secuestrarla un ratito. Los niños se daban codazos

Su desinterés por las frecuentes infidelidades de François parecía causado más por una especie de masoquismo fatalista –bastante femenino, dicho sea de paso- que por un pacto de no agresión entre dos almas radicales y libres

Un par de días en común bastaban para sofocar pasiones que se anunciaban inagotables

No hay nada más agotador que resultar interesante durante dos días seguidos

Pero ya he dicho que padecía una especie de masoquismo fatalista que la volvía sumisa a pesar de tener un carácter arisco

Silvia estaba conmigo porque era fiel hasta a su propia infidelidad

Irene – siempre la odiaré un poco por su refinada habilidad para crucificarme, aunque fuera a costa de martirizarse a sí misma, una perversión ególatra del peor calibre -

 

El responsable de las ranas

Anagrama, 1990

 

No se puede estar tan deprimido como estaba yo aquella noche. Por eso había salido a buscar el televisor a su exilio en el jardín. Estaba instalado entre los rosales, con un pequeño tejadillo de uralita que lo ponía a cubierto de la intemperie. Me relajaba pensar que se encontraba allí, flotando entre los lirios que crecían con un vigor ubérrimo y desordenado. Muchas noches lo ponía en marcha para ver sus destellos en la oscuridad. El jardín se iluminaba con un resplandor lleno de indecisiones, y al abrir las ventanas llegaba hasta la casa un rumor de voces lejanas. Todos sabemos que para que un desierto deje de ser desierto basta con poner un televisor, especialmente si tiene mando a distancia

Debo aclarar, en honor de Russo, que la mesa de una cocina puede estar cubierta con un mantel de cuadros blancos y rojos y soportar un florero lleno de lilas, pero que puede ser también nuestra mesa de cocina. En este mismo momento, por poner un caso, hay sobre ella un portalámparas del que emergen, amenazadores, los restos de una bombilla rota; un macetero de plástico con un esqueje seco, y varios sobres con semillas de caléndulas, de margaritas y de espinacas; un montón de postales sujetas con una goma elástica, del que asoma un sello de correos en el que un gimnasta hace el cristo en las anillas; una llave fija de 12-13 sobre un plato de porcelana blanca con el borde festoneado con diminutos dibujos, casi miniaturas, de la torre inclinada de Pisa, del Big Ben, de la Tour Eiffel, de las pirámides, del coloso de Rodas (?), y de una muestra exigua de la Gran Muralla china; otro plato, éste de latón, con un trozo de bacon y una manzana; una baraja con todos los naipes marcados por el azar y por el tiempo; una barra de pan con un cuchillo clavado; varias pilas hinchadas por el ácido y dispuestas en círculo; una máquina de escribir portátil, con un folio en el carro en el que sólo hay una frase lacónica aunque llena de promesas: El gusto por las cosas delicadas-, una bolsa de redecilla llena de pimientos de Padrón; y un gran desorden de papeles entre otras muchas cosas.

Cuando perdíamos algo, el primer impulso era buscarlo en la mesa de la cocina, pero lo verdaderamente increíble era que casi siempre estaba allí. Russo llegó a tenerle miedo. Dijo que aquella mesa amenazaba con convertirse en uno de esos agujeros negros a los que, según dicen astrónomos y poetas, resulta tan peligroso acercarse

De algo estaba convencido, y no hacía otra cosa que obrar en consecuencia: el común denominador es el único concepto nauseabundo de las matemáticas

Tenía todos sus zapatos despellejados de andar por las piedras, y nada la asustaba tanto como una gallina, especialmente si la gallina se asustaba tanto como ella. A partir de ese día cogimos la costumbre de bajar a menudo a Barcelona para pasear por el asfalto. Ella se ponía unos zapatos nuevos con tacones de aguja, y acudíamos a los lugares en donde los pavimentos fueran más sólidos y estuvieran mejor encerados. A mí me resultaba indiferente oír resonar mis pasos, pero Laura, con una sonrisa de alivio, me decía que a veces el campo era para ella demasiado opaco y amortiguado

Pensé que las grandes historias no debían empezar en las cocinas, aunque casi todas acabaran allí. Pensé que había millones de lugares en los que una pareja podía considerarse feliz por haberse conocido en ellos, y no en la cocina de su casa un día tan asqueroso como aquél. Me sentí traicionado por las circunstancias, pero cuando quise tener alguna ocurrencia innovadora sólo se me ocurrió dar un tenedor a Laura para que pudiera batir el huevo

Laura tachaba lo que escribía. A veces tachaba antes de escribir

Virginia vestía siempre unas faldas largas que alzaba sin pudor para llenarlas de manzanas, de bombillas de 100 vatios o de ropa lavada

-Russo tiene un problema –dijo Laura-. Cuando tiene una sensación cree que se le ha caído una idea

Salí de mi aburrimiento y pasé muchos días leyendo libros sobre romanticismo. Al final estaba tan exaltado que me veía capaz de meter los pies en el epicentro de un terremoto. Tanto era así que, con ayuda de Roberto, planté un mástil en un lugar despejado del jardín para repetir en la medida de mis posibilidades la experiencia de Turner. Fue una de las ideas más absurdas que he tenido en mi vida. Roberto cavó un hoyo profundo con un martillo perforador que hacía un ruido de mil diablos, y empotramos el mástil en un baño de viguetas y de cemento. Cuando estuvo seco fijamos la vela, que era una cuadra de tamaño considerable, y nos sentamos a ver cómo batía con los soplos de la brisa. Roberto me miraba con curiosidad, aunque se abstuvo de hacer comentarios. Para él resultaba absurda toda actividad que no provocara el nacimiento de un brote, pues Roberto carecía de inteligencia en el sentido licencioso del término. Ya se verá que el destino le iba a dar la razón, pero eso yo no podía sospecharlo, absorto como estaba en la embriaguez de mi compenetración biográfica con Turner. Así que arriamos la vela y dejamos pasar los días en espera de una buena tormenta.

Un amanecer me desperté sobresaltado por un largo bramido. Me asomé a la ventana y encontré un ciclo de nubes oscuras y densas. Aún no llovía, pero los relámpagos abrían grietas efímeras en la negrura y los truenos retumbaban en el interior de los pulmones. Me vestí todo lo deprisa que pude y fui corriendo a despertar a Roberto. Cuando regresábamos empezaron a caer pesados goterones. Laura se había levantado y preparaba café, pero no quise detenerme. Salí al jardín y desplegué la vela, que batió con fuerza agitada por las ráfagas de viento. Había llegado el momento grandioso de emular la proeza de Turner. Roberto protestó un poco, pero luego me ató al palo mientras Laura nos contemplaba a cierta distancia. No pude reprimir un alarido de júbilo al ver que el viento se convertía en un vendaval y que la lluvia arreciaba con tanta intensidad que parecía dispuesta a arrancar las ramas de los árboles. Roberto y Laura corrieron a refugiarse en la casa y me quedé solo ante la naturaleza desbocada. La vela golpeaba el mástil con una virulencia aterradora. Sobre la vela bramaban los truenos. Caía tanta agua que el mundo desapareció en una especie de vórtice negro como la sima más profunda. Cegado por el agua y por la oscuridad, pensé que había puesto un mástil al mundo y que el planeta se deslizaba por el espacio gracias al empuje de la vela que restallaba sobre mi cabeza. Solté un largo alarido de placer, que era seguramente lo que esperaba la Adversidad para caer sobre mí. Sonó un chasquido espantoso entre mis piernas, y el mástil se partió por la base y se abatió arrastrado por el vendaval. Golpeé con tanta fuerza en el suelo que se me cortó la respiración. De inmediato hubo un nuevo torbellino y la vela me arrastró por el barro hasta que se desgarró entre las ramas de los árboles. La lluvia caía con tanto estruendo que parecía un anuncio del diluvio. Intenté moverme y descubrí que las cuerdas se habían aflojado. No me costó separarme de lo poco que quedaba de mi arboladura, y me puse en pie convencido de que me había roto todos los huesos. Pensé que a Ulises, y a Turner, y a todos los que se ataban a los mástiles no les pasaba lo que me había pasado a mí, y me sentí terriblemente enfurecido. Caminé bajo el aguacero con la dignidad de un héroe derrotado. Antes de entrar en la casa vi a Roberto y a Laura a través del cristal. Estaban sentados en el sofá, fumando y bebiendo café. Abrí la puerta y avancé unos pasos chorreando agua mientras ellos me miraban con una indiferencia cordial, como si viniera de tender la ropa.

-Hemos perdido el mástil -anuncié con una voz que me salió áspera y ronca.

Y casi de inmediato, recuperando algo de mi sentido del humor, añadí:

-La situación empieza a ser desesperada.

Para mayor escarnio, la exuberancia vegetal iba a dar la razón a Roberto. La base del mástil, que quedó empotrada en el jardín, se llenó de brotes al llegar la primavera. No puedo dejar de pensar que la naturaleza tiene a veces un apego algo obsceno por la vida

Había algo latente en el paisaje, como una música oculta bajo la tierra

En la inminencia de un terremoto los pájaros dejan de cantar y el paisaje entero se adormece en la tensión de los últimos instantes. Cuando algo se acalla es cuando más cerca está de saltar por los aires, y eso era lo que me preocupaba de Laura

Laura seguía con su especie de tránsito a la nada, deambulando como un fantasma con la mirada extraviada y el pelo lleno de flores. Daba pena verla con aquella lasitud silenciosa, como si poco a poco fuera vaciándose de contenido. Contra lo que pudiera parecer no se estaba volviendo loca, sino que se había detenido a esperar a que pasara algo. Sin duda era una postura absurda, pero Laura no estaba en un buen momento. Leyó todo Dostoievski sin casi levantarse de la cama, y comía con cara de asco un huevo duro de vez en cuando o un plato de espinacas desmenuzadas

Cogí manías absurdas, como la de sacudir cada mañana el felpudo de la entrada. Lo peor era que no podía rebelarme contra ellas, pues si dejaba de hacerlo me vencía la desazón de haber olvidado algo

No hay nada peor que la sensación de fracaso. No la sensación de estarse sofisticando en exceso, o de estar errando, sino la sensación de estar fracasando cada día en todo lo que se hace

No desvié la mirada del tren, pero noté que Russo se había vuelto hacia mí. Entonces, dijo con voz cansada:

- El fracaso es una alimaña que anida en toda empresa arriesgada, y que antes o después acabará devorando al que se lanza a ella. Es el precio que se paga por la intensidad.

Y añadió, con una crueldad insólita en él:

- Pero tú nunca sabrás lo que es fracasar, porque nunca emprenderás nada en lo que te vaya la vida

La genialidad es una forma de distorsión

A Roberto y Virginia les gustaba estar cansados. Cuando acababan la jornada de trabajo se sentaban resoplando como marsopas, y entonces ponían cara de felicidad y miraban al mundo con agradecimiento. Para ellos la vida era una especie de alternancia entre unas cosas y otras, y eso les gustaba. Les gustaba que la noche siguiera al día y el día a la noche, y les gustaba sentirse cansados y luego frescos y otra vez cansados, y les gustaba desearse y después estar ahítos y poco a poco volver a desearse. Les gustaba que los efectos se convirtieran en causas de sus causas, y que éstas se convirtieran así en efectos de sus efectos. Eso era lo que más les gustaba, pues así se sentían vivos. En cambio, para Laura el cansancio era algo similar al aburrimiento. Un par de veces intentó hacer gimnasia por las mañanas, y llegué incluso a montarle unas pesas de polea en el muro del jardín. Pues bien, cuando al cabo de un rato de ejercicio ya no podía más y se dejaba caer en el sofá al borde de la extenuación, no decía que estaba cansada sino aburrida. Y cuando empezó a cansarse de mí, de mi casa y del campo se puso a anunciar por todas partes que iba a morir de un ataque de aburrimiento, como se ha visto en algún capítulo anterior. Con el tiempo he llegado a creer que Laura identificaba e1 cansancio con el aburrimiento porque estaba segura de que algún día iba a encontrar algo que no llegaría nunca a cansarla por la sola razón de que no llegaría a aburrirla nunca. Por su parte, el Empecinado no tenía la menor idea de lo que era el cansancio porque, como ya ha quedado dicho, para él todo era cuestión de persistencia. Era capaz de iniciar una y otra vez las cosas sin llegar a sentirse jamás cansado, pues sólo le preocupaba saber que disponía del tiempo que necesitaba para seguir insististiendo. No se agotaba nunca ni se sentía jamás fracasado, a lo sumo un poco perplejo cuando encontraba cierta resistencia. Seguramente por eso jamás le vi correr hacia ninguna parte, y seguramente por eso era tan difícil saber hacia dónde iba exactamente. Por el contrario, a Russo le agotaba el esfuerzo necesario para permanecer. A menudo se lamentó de que no había nada en este mundo que pudiera llegar a saciarnos para siempre, y que eso nos condenaba a buscar lo mismo una y otra vez hasta el hastío. Lo peor de su cansancio era que lo vivía como una reiteración, por lo que era cada vez más y más grande, algo que fue acumulando y que al final no supo dónde poner.

Pensé que había muchas formas distintas de cansarse, y bebí un trago más de cerveza

Laura estaba sentada en una tumbona, canturreando en voz baja con la mirada absorta en algún lugar del cielo. Parecía a punto de ponerse a gritar y a romper todo lo que encontrara a su paso, pero aquel día tampoco iba a hacerlo. Me asomé a la baranda pensando que a veces resistíamos durante demasiado tiempo nuestra presión interna

Laura estaba sentada en el salón, abrazada a sus piernas, viendo en el televisor un serial brasileño. Sobre sus rodillas, un gran tazón de café se sostenía en precario equilibrio. Pensé que en cualquier momento iba a caérsele por encima, pero no dije nada. Fui a la cocina a por una cerveza, y me senté cerca de ella

Laura se volvió hacia mí, y el tazón de café rodó por sus piernas y quedó boca abajo en su regazo. Soltó una rnaldición mientras se levantaba. En un alarde de estupidez estuve a punto de decirle que había querido avisarla, pero pude reprimirme a tiempo. Se sacudió la ropa sin quitársela, y fue hasta la mesa para coger unos folios grapados

Resulta increíble la poca consistencia que tiene uno mismo a la hora de darse compañía

Sólo pueden obstinarse los crédulos

Parecerá una tontería, pero el sexo funciona bastante bien cuando todo lo demás se desmorona

La gente ordenada organiza locuras ordenadas, y ni siquiera está a salvo del desarreglo al que nos entregamos con el suicidio. Cuando la gente ordenada se traga varios tubos de pastillas, se envuelve la cabeza en una bolsa de plástico para no manchar nada con sus vómitos

 

Para amantes y ladrones

Anagrama, 2000

 

Cuando a uno le hacen muchas preguntas seguidas es como si extendieran ante él un campo de minas. Lo mejor es quedarse quieto y no responder a ninguna

Sentí envidia de los hombres que, como él, sabían tocar a las mujeres sin dar la impresión de estar violentándolas

Quizá su peor cobardía - me oí decir - haya sido escribir ese libro en lugar de La isla del tesoro.

A veces me oigo hablar desde lejos. Es una sensación parecida a la que tendría alguien a quien los demás pudieran escucharle los pensamientos, una especie de honestidad no premeditada y hasta casi sonámbula

Me atraía más la avidez desbocada de la ansiedad desesperada con que intentaba verlo todo. Por aquella época creía yo que la vida – la buena vida - era la satisfacción permanente de un ansia devoradora, y no un largo descanso del que ya disfrutaría, en cualquier caso, cuando llegara el momento

La vida, con toda su intensidad de temores y de nostalgia, acostumbra encerrarse en lugares muy reducidos

Lo que somos capaces de expresar viene a ser un resumen telegráfico de lo que en verdad sentimos, y ... para sondear los matices y decir todo aquello que se quedó en el tintero se emprenden las obras literarias

La elegancia de Dolores, como todas las que lo son de verdad, venía a ser como una rebelión contra los movimientos normales de la anatomía

La vida es algo que se observa, como quien se mira las manos que le arden, como quien espía a través de una ventana. Nadie oye sus propios latidos, sería insoportable que la vida fuese uno mismo

De todas maneras -y sin que sirva como excusa-, creo que vemos las cosas un segundo antes de verlas realmente, que hay algo en nosotros que las presiente, de manera que cuando escuchamos música no hemos de esforzarnos por entender cada nuevo acorde, cada nuevo compás: es un discurso cuya continuación intuimos permanentemente

Paco me había dicho una vez que escribir era regalar recuerdos a los demás

Manuela –ya no Polín, con qué facilidad retiramos la intimidad-

Le acaricié un antebrazo con mucho cuidado. Es dificilísimo consolar a alguien que te excita

Con Polín, aquella mañana de primavera, descubrí algo de suma importancia, algo que me iba a marcar para siempre, otro regalo que me hacía la vida: cuando te desenmascaras ante una mujer, ella ni te desprecia ni se convierte en tu enemiga -como había pensado siempre, como había temido siempre-, sino en tu cómplice. Ése es el único secreto capaz de seducirla

Humberto había estado sufriendo sin casi escenografía, de una forma totalmente opuesta a como lo habría hecho Fabio

También la pendiente se hacía más pronunciada. Dolores miró hacia lo alto con verdadero disgusto. Apoyada en el bastón, parecía una de aquellas damas exploradoras que recorrían Tanzania con vestido de georgette y sombrero con velo. Sólo que ella no habría ido nunca a Tanzania de forma voluntaria. Seguro que Dolores veía África como un inmenso descampado lleno de socavones y de pedruscos. Pensé en Marlene Dietrich cuando decía que nunca se desmayaba porque no estaba segura de caer con elegancia. A Dolores aquello no debía de parecerle en absoluto una boutade, sino una forma lógica de andar por la vida

Como todas las personas que viven solas -y mucho más si tienen un carácter misántropo como el suyo-, Paco podía mandarte a paseo y unos minutos después reprocharte que le hubieras dejado tirado como una colilla

La mirada de Polín, de tan entregada, volvía cautivador a aquél a quien iba dirigida

“Hay personas de un solo uso”

Deseaba enfurecidamente ser invasivo como Fabio, gesticular mucho y hacer felices a las mujeres de la forma más ignominiosa posible

Todo aquello pensé al acabar Fabio su historia, sintiéndome estafado por la grandeza impostada de las emociones literarias. La vida era igualmente terrible, pero mucho más doméstica

Cayó una carta. Estaba fechada treinta años atrás, doce antes de que yo naciera. Allí estaba la clave de una relación tan necesaria como repulsiva, de una liason basada en el resentimiento, en la vampirización inclemente de una pasión estéril

 

La noche del tramoyista

Alfaguara, 1986

 

Ricardo decía de mí que parecía un personaje de Lawrence. Pero ya conoces a Ricardo. Para él todo ha ocurrido antes en los libros

Patrick decía siempre que todos los americanos eran mormones con mala conciencia

¿Es que hay algo interesante que no sea la exposición ordenada de nuestra locura?

Nuestras vidas, y con ellas el arte, se nutren de monstruos que no existen

Llevados por la lógica germana, de la que no se libran ni los alemanes de izquierdas, bautizamos a nuestro grupo “Ibiza/59”, en honor al lugar y al año en que lo fundamos

Nos condenaba el creer en un nuevo equilibrio, como si éste se pudiera mantener sobre un suelo de brasas

juzgaba las cosas de una forma rápida y casi siempre definitiva. Era, sencillamente, incapaz de leer con método. La literatura le parecía un arte insoportablemente lento. «Los libros tienen – me dijo una vez - la vitalidad de un octogenario. Cuando te pones a escribir pareces un anciano. Sería mejor que bailaras, o que llenases una tela con colores..

En aquella época sospechaba que el tiempo me iba a dar la razón en todas mis decisiones, sin saber que el tiempo no sólo no da la razón a nadie, sino que transforma el pasado en una presencia tan difusa como inapelable

-Ten cuidado con Rocío. Es incapaz de realizar el más pequeño análisis formal de sus propios actos. Puede encontrarse en los barrios bajos de Marsella follando con un marinero, sin que por ello pase nada. Bueno, sólo ha pasado por el marinero. Es una forma de obscenidad que no le perdonaré nunca, pues le falta la elegancia de la premeditación

Tuve la suerte de que llegara Esteban. Era una persona melancólica y abstemia, pero eso no le impedía divertirse. Su único placer era el de contemplar las cosas. Lo hacía de una forma sabia y contagiosa, sin caer nunca en la tentación de comentarlas

Estábamos insatisfechos, qué duda cabe, pero no por algo que pudiéramos enunciar

Por un lado, consideraba que no podía ser amante de alguien sin ser también su cómplice. Esto me llevaba a temer siempre un exceso de mí misma, una importancia indebida, y procuraba ofrecer aquello que mi presencia podía negar

-Somos como un iceberg –añadió Ricardo-. La parte sumergida es la más interesante. Clara hace bien en preocuparse por esas cosas.

-Es cierto –dijo Rocío-. Con nosotros, por ejemplo, se podría hacer un juego de palabras. Ricardo es tan moral que, para un extraño, puede parecer estúpido. Murdoch es tan inmoral, que resulta casi obsceno. En cuanto a mí, soy completamente amoral, y podría tomárseme por una mujer fría. Pero Ricardo es inteligente, Murdoch romántico y yo apasionada. ¿Qué somos en realidad?

Las relaciones sentimentales son como la radio del coche. Hay que sintonizarlas continuamente

-Todos los milagros tienen su secreto –contestó Esteban-. En los templos, algunas figuras de Tanit tenían perforados los pezones. Eran como unos botijos . Se cree que los sacerdotes púnicos taponaban los pezones con cera y llenaban el busto de leche. Luego, en la ceremonia, bastaba con situar las velas de forma que derritieran la cera

Hans siguió hablando, pero yo no pude escucharle. Mi propio civismo me provocaba náuseas, pues me obligaba a respetar al individuo más infame. Busqué en mi interior un poco de pasión, un poco de violencia. Y tuve que pensar que Hans se estaba riendo de mí, que Rocío me repudiaría de poder contemplarme, que yo mismo me condenaba a la cobardía, para conseguir romper la baraja. Me puse en pie.

-Necesito saber si ha matado usted a Clara. No hay testigos.

-Se ha atrevido a preguntarlo y eso bastará para calmarle. Me decepciona usted. Creía que había venido a mi casa a pedirme disculpas por la actitud de sus amigos, o a completar la obra que ellos ni siquiera iniciaron. .. Creía que ya había resuelto el enigma... Tanto si la hubiera matado yo como si no, mi respuesta sería la misma. ¿Para qué voy a molestarme en dársela?

Rocío era a menudo un anuncio publicitario de sus propias ideas

¿Qué es, si no, un escritor? Un intermediario entre la gente que vive y la gente que lee. De ahí todo su poder, que pierde cuando se le hace imposible escribir

Hasta una estrella es algo cercano si se la puede ver, si nos espera en el mismo lugar todas las noches. En Ibiza te acostumbras a vivir en un paisaje que se evidencia, y llegas a creer que la vida es algo parecido. Rick no lo hubiera creído nunca, porque su gran esperanza era que las cosas no fueran como se veían. La muerte de Clara debió ser apasionante desde su punto de vista literario, y su venganza una consecuencia lógica de la trama. Lo peor es que Rick podía tener razón. A él no se le escapaban cosas que para Mumy y para mí se hacían incomprensibles. Una noche como aquélla no hubiera podido pasear por la playa, pues se le hubiera hecho insoportable el misterio excesivo. Para él ya era demasiado el mar transparente. No le bastaba lo que podía ver en el fondo, y necesitaba imaginar un galeote hundido o las ruinas de un coliseo. Seguro que nunca pudo mirar las estrellas sin esperar que alguna estallase, y que mis pupilas - de las que se había enamorado - le revelaban pensamientos y aventuras que no me correspondían. Rick no hubiera podido soportar que el cielo fuera un velo opaco y el mar un tintero agitado, y eso me hacía disfrutar aún más de aquella inmensa negativa

La vida carece de telón

Ricardo era una amenaza lejana, un leve ronroneo en lo más profundo de mi cerebro. Nada podía querer de mí, como no fuera recuperarme para su imperio personal. Deseaba que fortaleciera su poder sometiéndome de nuevo, y no estaba dispuesta a complacerle. Ricardo nunca me hubiera buscado con la sola intención de besarme. ¡Que gritara a la luz del día, que rodeara la casa como un animal de presa! Me protegían los muros y la fiebre. Me amparaba la firme decisión de permanecer ajena a él. Hubiera estado mejor en un estercolero que en su asmática reproducción del paraíso.

Cualquiera hubiera roto un cristal, pero no Ricardo. Sus manos debían permanecer siempre limpias, pues toda la impureza la ocultaba en su cerebro. En las cartas debe haberte explicado mil falsedades. Dejemos que se pudra en la creación estéril de su propio diseño, como yo dejé aquella tarde que se enfrentara a la impotencia de violentar el deseo. Ricardo no podía ni romper un cristal para expresar su amor. Ignoro cuánto rato estuvo llamándome, pues volví a dormirme con la certeza absoluta de que bastaba con cerrar los ojos para que Ricardo dejara de existir

Esteban estaba tan silencioso que daba miedo. El silencio era habitual en él, pero no de aquella manera

Su silencio era atroz, pues era la primera vez que no pretendía comunicarse conmigo sin hablar. Me mantuve despierta, en espera de que encontrara la forma de expresarse

Esteban no buscaba tranquilidad. Poco después comprendí que luchaba por ser práctico, y que su inexperiencia le volvía loco

Alarmada por la capacidad del hombre para erosionar la belleza

La evidencia más grave de que el tiempo transcurre en nuestra contra, de que todo se hace a la larga irrecuperable, es comprobar que los paisajes que pueblan nuestros recuerdos se extinguen, y que sobre sus ruinas se levanta una innovación tan efímera como la nuestra. Lo peor de la vejez no ha de ser la ruina del cuerpo, sino el olvido de nuestros pasos

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